En la siguiente nota compartimos reflexiones del Rector de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), Javier Gortari con datos que ayudan a comprender la historia del sistema universitario argentino en general y de la UNaM en particular dado su contexto social y regional.
45 años de la Universidad Nacional de Misiones (1973-2018), en el centenario de la Reforma Universitaria (1918-2018)
Consideramos que el desarrollo de nuestra universidad y su impacto en la realidad misionera resulta por demás manifiesto en números, pero también en el valor cualitativo de esas cantidades: de 1.000 estudiantes en 1973 pasamos a 24.000 en la actualidad, de 10 carreras de grado y tecnicaturas que había entonces hoy superamos las 60, hemos acreditado además 40 posgrados incluidos 6 doctorados y organizado 3 institutos de doble dependencia con el CONICET (Instituto de Estudios Sociales y Humanos, Instituto de Biología Subtropical e Instituto de Materiales de Misiones) en los que trabajan decenas de científicos y becarios.
De los 100 docentes que teníamos en los inicios, hoy suman 1.500 (40% con formación de posgrado y 70% categorizados en el Programa Nacional de Incentivos a la Investigación). Comenzamos con 50 trabajadores de apoyo técnico, profesional y administrativo, que actualmente alcanzan los 600, el 50% con estudios superiores. Y hemos superado ya los 21.000 graduados, cifra que equivale al 80% de las 27.000 personas con estudios universitarios completos que registró el Censo de Población del año 2010 en la Provincia de Misiones.
Si hemos de manejarnos con rigor y memoria, cuando hablamos de producción de conocimiento y su difusión en la región, debemos remontarnos a los 7 mil años de historia tupí guaraní y sus saberes ancestrales que hoy constituyen el sustrato de nuestro acervo cultural: cosmovisión, idioma, fitomedicina, alimentos regionales, entre ellos la infusión de yerba mate ( –bebida nacional-, cuya elaboración y preparación actual repite en esencia los mismos procedimientos y rituales practicados por aquellos pobladores originarios).
En el mismo sentido corresponde rescatar los 500 años de mestizaje intercultural desde el primer asentamiento español en la cuenca del Plata, destacando por su impacto y sincretismo los dos siglos de convivencia entre jesuitas y guaraníes en los 30 pueblos levantados en ambas orillas de los ríos Paraná y Uruguay. Y sus desarrollos propios: escritura, botánica, farmacopea, música, arquitectura y arte de las reducciones, así como la tecnología para producir instrumentos, herramientas, muebles, impresión de libros, además de organización social, política y religiosa.
Sin olvidar la instrucción militar y la fabricación de armas y pólvora para defenderse de las incursiones de españoles y portugueses en búsqueda de mano de obra esclava. Así como el nuevo aporte inmigratorio nororiental europeo, italiano, francés, japonés, árabe, paraguayo y brasileño que, desde principios del siglo pasado, le dio una vuelta de tuerca a aquel mestizaje histórico, generando el característico crisol etnográfico misionero. Toda esa impronta está viva y presente en nuestra huella genética sociocultural, y es el rasgo constituyente del perfil identitario regional con el que nos integramos y pertenecemos a la nacionalidad argentina.
Más allá de aniversarios institucionales, los argentinos tenemos una celebración cotidiana que se resignifica en ocasión de circunstanciales onomásticos como los que hoy nos ocupan: vivir en libertad y en democracia. Para una universidad, por caso la UNaM, que nació con el decreto de un general golpista y que sufrió durante la última dictadura cívico militar la persecución y asesinato de un ex decano (Alfredo González) y cuatro estudiantes (Juan Figueredo, Mariano Zaremba, Carlos Tereszecuk y Luis Franzen), así como la exoneración y/o cárcel de una treintena de docentes y no docentes, festejar sus 45 años de funcionamiento y desarrollo en un contexto democrático de consenso ciudadano sobre el acceso a los estudios universitarios como derecho humano básico, tiene un valor agregado simbólico trascendente.
Así como la profunda convicción colectiva sostenida y profundizada en estos 100 años que nos separan de la Reforma Universitaria de 1918, acerca de la autonomía, la pluralidad de ideas, el acceso a los cargos por concurso, la libertad de cátedra, el cogobierno, la democracia interna, el compromiso social, la pertinencia regional y el rigor científico que deben caracterizar a la universidad pública, gratuita y de excelencia. Entendiendo a la educación en general como la inversión estratégica de toda sociedad que concientemente decidió proyectarse hacia un futuro de inclusión social, desarrollo humano, productivo y científico-tecnológico, preservando el medio ambiente, garantizando la soberanía política y mejorando cada día la calidad institucional y democrática de la Nación.
Esta enunciación nos entronca con la historia viva del sistema universitario argentino y con los principios liminares de transformación social y revolución política de la Reforma Universitaria de 1918. Y en esa vivencia, más allá de los fastos a que nos someterá la obviedad celebratoria, debemos ser capaces de redescubrir y reinventar aquella voluntad de democratizar el conocimiento, de garantizar desde el Estado la oportunidad de los estudios universitarios como derecho universal de ciudadanos y ciudadanas y de ponerlo al servicio de un proyecto emancipador argentino y latinoamericanista. Es el más caro homenaje que
merecen los reformistas de 1918 y los mártires de la democracia.
Esta convergencia de sentidos sobre el rol de las universidades públicas y la educación superior alcanzada en los albores del siglo XXI (CIN, Acuerdo Plenario Nº 759/10: Documento del Bicentenario. La Plata, 21 de octubre de 2010), nos responsabiliza a todos
de ser merecedores de ese legado, cuyo sustrato más trágico y reciente son los 30 mil asesinados desaparecidos por el genocidio dictatorial, pero que se cimienta en toda una historia nacional de miles de víctimas y de generaciones sacrificadas en aras de una
democracia con inclusión social y destino soberano. Y hablamos de los caídos en las guerras por la independencia con la particular devastación poblacional que produjeron en nuestra región las incursiones del imperialismo portugués desde Brasil y las campañas de
resistencia y liberación lideradas por Andrés Guacurarí. De las décadas posteriores signadas por los enfrentamientos entre unitarios y federales. Del exterminio de pueblos originarios y de pueblos hermanos en la guerra fratricida con el Paraguay. De las rebeliones contra el orden conservador de la oligarquía aristocrática protagonizadas por L.N.Alem y el partido radical. De las cruentas represiones a obreros en las incipientes plantas industriales próximas al puerto y a los peones de la Patagonia y de los obrajes del Alto Paraná de principios del siglo XX. De la subalternización social y la exclusión ciudadana de las mujeres, que recién comenzaría a reparse a partir de la aprobación de la ley del voto femenino promovida por Eva Duarte, así como de los 18 años de proscripción peronista con su secuela de perseguidos y fusilados. De la universitaria Noche de los Bastones Largos, del Correntinazo, el Rosariazo y el Cordobazo, de las masacres de Trelew y de Ezeiza, hasta llegar al paroxismo criminal y vendepatria de la última dictadura cívico militar y sus miles de torturados y asesinados, incluidos los estudiantes secundarios de La Noche de los Lápices y la criminal “integración latinoamericana” del Plan Cóndor, junto a la oportunista aventura de Malvinas que puso en blanco sobre negro la proverbial, patética e histórica servidumbre de nuestra clase dirigente ante el imperialismo internacional. América Latina sigue siendo para Estados Unidos, igual que hace 100 años, su “patio trasero” en el que interviene intermitente con su política del “gran garrote” o de “buena vecindad” según las circunstancias, pero con el objetivo invariable de asegurar su dominio geopolítico en la
región: las invasiones a México, Cuba, Panamá, República Dominicana, Haití, Nicaragua, el apoyo a los golpes de estado contra los gobiernos progresistas (Perón en Argentina, Arbens en Guatemala, Goulart en Brasil, Torres en Bolivia, Allende en Chile, y más
recientemente Zelaya en Honduras, y Lugo en Paraguay), cuando no el liso y llano atentado magnicida (Sandino en Nicaragua, Roldós en Ecuador, Torrijos en Panamá y los frustrados intentos contra Fidel Castro en Cuba), la intervención en Centroamérica, el bloqueo a Cuba y el respaldo a los ingleses en Malvinas.
Las imágenes de la Reforma Universitaria nos hablan de un sistema universitario nacional elitista en términos de clase, fuertemente centralizado respecto al interior del país y absolutamente machista. Orientado a formar a las elites gobernantes, sobre la base de un
pensamiento clerical y aristocrático, en un contexto de país cuasi feudal en el que la oligarquía terrateniente era el símbolo de la riqueza económica y del poder político, y no se planteaba más conocimiento que el básico para la administración de los campos familiares y por “derecho” transitivo, de la hacienda pública.
En 1918 había cinco universidades en Argentina, todas públicas. Tres pertenecían al Estado nacional (Buenos Aires, Córdoba y La Plata), y dos eran provinciales, la de Tucumán y la del Litoral en Santa Fe. La cantidad de estudiantes universitarios no llegaba a 7.000, el 80% concentrado en la UBA, sobre una población nacional del orden de las 6.000.000 de personas. En la década del 20 se nacionalizan Tucumán y Litoral, y en 1939 se crea la Universidad Nacional de Cuyo. En el primer gobierno peronista se decreta la gratuidad de la enseñanza universitaria, al tiempo que se crea la Universidad Obrera para posibilitar la formación de los hijos de los trabajadores (después del golpe de estado de 1955 se transformó en la actual Universidad Tecnológica Nacional).
En 1956 se crean las
universidades del Sur y Nordeste, y en 1968 la Universidad Nacional de Rosario como un desprendimiento de la del Litoral. Es así que al finalizar la década del 60 funcionaban 10 universidades nacionales: Córdoba, UBA, La Plata, Litoral, Tucumán, Cuyo, UTN, Sur, Nordeste y Rosario. En el marco del llamado “Plan Taquini” se crean a principios de los años setenta 15 universidades nuevas: Misiones, La Pampa, San Juan, San Luis, Lomas de Zamora, Santiago del Estero, Entre Ríos, Salta, Catamarca, Comahue, Centro de la Provincia de Bs.As., Río Cuarto, Luján, Mar del Plata y Jujuy, a las que sumó Patagonia San Juan Bosco en 1980.
Sobre finales de esa década, ya en democracia, se crearon Formosa, Quilmes y La Matanza. Y a principios de los 90 nuevas universidades en el conurbano: General Sarmiento, San Martín, Lanús, Tres de Febrero, en la ciudad de Buenos Aires el Instituto Universitario del Arte (IUNA, que en 2014 se transformaría en Universidad Nacional de las Artes); y en el interior: La Rioja, Villa María y Patagonia Austral. En la primera década del siglo XXI se crearon Chilecito, Noroeste Pcia. Bs. As., Chaco Austral, Río Negro, A.Jauretche, Avellaneda, Moreno, José C.Paz, Villa Mercedes (San Luis), Oeste (Padua, Bs.As.), Tierra del Fuego y en la segunda década Rafaela,
Hurlingham, San Antonio de Areco, Almirante G. Brown, Defensa Nacional, Comechingones, Alto Uruguay (San Vicente, Misiones) y Scalibrini Ortiz (San Isidro). Es así que aquel reformismo de hace 100 años contra un orden elitista y conservador, devino en un rico proceso de ampliación de derechos en relación al acceso a los estudios universitarios, que se traduce en 56 universidades públicas con 1.500.000 estudiantes, un 4% de la población nacional de 42.000.000 de habitantes. De los $2.000 millones de presupuesto universitario del año 2003 (U$S 700 millones), se elevó a $100.000 millones para el año 2018 (U$S 4.000 millones), un crecimiento real del orden del 500% en 15 años.
Cien años atrás las mujeres no habían sido incluidas en el derecho “universal” a votar que se había ejercido por primera vez en el país en la elección de 1916 (que llevó a la presidencia al radical H.Yrigoyen) y eran contadas con los dedos de una mano las que accedían a los estudios universitarios. En 1947 se promulgó la ley del voto femenino, que se estrenaría 4 años después en las elecciones de 1951. Lo que culturalmente significó la irrupción de la mujer en la escena pública, en paralelo a su ingreso masivo al mercado laboral con su correlato en la educación universitaria. De acuerdo a los registros del Censo 2010, de las 1.700.000 personas con estudios universitarios completos que existían en el país a esa fecha, el 55% eran mujeres. En nuestra universidad esa proporción se eleva al 65% de los 21 mil graduados en 45 años. A lo que podemos agregar que tres de nuestras seis facultades son gobernadas por decanas y las dos fórmulas que se proponen para el rectorado en las próximas elecciones están encabezadas por profesoras mujeres. Lo que no
entraña en sí mismo una merituación mejor ni peor a partir de las respectivas sexualidades de nadie -mucho menos cuando hemos dado pasos importantes en el reconocimiento a una diversidad sexual no binarria y a los derechos que supone-, pero que nos habla de una democratización en las representaciones del gobierno universitario.
La Argentina de las primeras décadas del siglo pasado celebraba al Centenario e inauguraba elecciones democráticas –sin mujeres-. Europa salía de la terrible conflagración interimperialista que fue la Primera Guerra Mundial, con millones de muertos y cuatro
imperios desintegrados: el austrohúngaro, el otomano, el alemán y el ruso; la crisis de este último crearía las condiciones para que en 1917 ocurriera la Revolución Bolchevique con su gobierno comunista que pondría en vilo al capitalismo mundial hasta 1990. La
Revolución Mexicana estaba en pleno apogeo y la causa indoamericana emancipadora cobró fuerza a lo largo y a lo ancho de la América Hispana frente a la debacle europea.
De ese contexto se nutrieron los reformistas de Córdoba, proponiendo a los hombres libres del mundo un ideario no sólo académico sinó de un profundo sentido humanista universal. Que cobra singular vigencia en la actualidad frente a la guerra mundial de “baja intensidad” que se libra en Medio Oriente, Siria, Irak y Corea, en la que la que la hegemonía imperialista de Estados Unidos con sus aliados de la Unión Europea y Japón, es puesta en tela de juicio por las potencias emergentes (Rusia, China, Irán, India) que se resisten a aceptar la inequidad de ese esquema de dominación internacional. Que condena a la pobreza a dos tercios de la población mundial para poder sostener el consumismo desenfrenado y depredador de una minoría irresponsable que ha hecho de la especulación financiera su inescrupulosa forma de vida y enriquecimiento.
Todo ello nos interpela como universitarios y como ciudadanos, a profundizar y fortalecer nuestro compromiso laboral y social con la educación. De los 25.000 niños que nacen anualmente en la Provincia de Misiones, apenas 10.000 terminan la escuela secundaria. Y
unos 6.000 ingresan a la universidad, de los que se llegan a recibir 1.000 por año. Lo que nos propone un gran desafío para mejorar ese desempeño en nuestras aulas. Los 27.000 graduados universitarios censados en 2010 en la provincia, representaban apenas el 2,4% de la población misionera. Y por eso el compromiso institucional en cuanto a la contención material de nuestros estudiantes: inversión en albergues, en comedores, en becas de salud, en extensiones áulicas, junto al esfuerzo que hace el gobierno provincial con el boleto estudiantil gratuito. Cuyo fortalecimiento nos proponemos en el Plan de Desarrollo Institucional que estamos elaborando para los próximos años.
Conceptualizando a la educación como una política de Estado, como una inversión estratégica para apalancar el desarrollo productivo, promover la movilidad social ascendente, mejorar la calidad de vida de nuestra población, fortalecer la democracia y sustentar la soberanía nacional. Por ello, a 45 años de la creación de la UNaM y a 100 de la Reforma Universitaria, nuestro compromiso es:
MÁS REFORMA UNIVERSITARIA, MÁS EDUCACIÓN PÚBLICA GRATUITA Y DE CALIDAD, MÁS CIENCIA Y TECNOLOGÍA AL SERVICIO DEL DESARROLLO SUSTENTABLE DE LA PATRIA Y DEL PLANETA. Javier Gortari, Rector UNaM.
FUENTE: ECONOMIS