En el municipio de San Pedro avanza el proyecto “Restaurando la Selva Misionera para la Naturaleza y la Gente”, una iniciativa impulsada por la Fundación Vida Silvestre Argentina, en conjunto con la Secretaría de Desarrollo Rural y Medio Ambiente del municipio y el INTA. El programa busca recuperar áreas degradadas de la selva paranaense y, al mismo tiempo, fortalecer la producción de las familias rurales, combinando desarrollo y conservación en una misma estrategia.

El proyecto, que se encuentra en su tercera etapa de implementación, trabaja actualmente con 38 familias de la zona, quienes recibieron 500 plantas nativas cada una para restaurar distintos espacios de sus chacras. “Este proyecto tiene tres grandes componentes de trabajo con las familias. Uno de ellos es la plantación de árboles nativos bajo distintos sistemas: agroforestales con yerba mate, enriquecimiento o manejo de bosque nativo y recuperación de áreas degradadas, como bordes de arroyo, vertientes o zonas de pendiente. A estas plantaciones las llamamos macizos, porque son más densas, de unas 500 plantas por hectárea”, dijo Jonatan Villalba de la Fundación Vida Silvestre.

La plantación de especies nativas comenzó entre marzo y junio, con acciones de enriquecimiento del bosque nativo, y desde agosto se trabaja en la instalación de sistemas agroforestales. Actualmente, el equipo avanza con el acompañamiento a las familias en el acceso al agua y el fortalecimiento de sus actividades productivas. “Estamos cerrando la etapa de plantación y, pese a las lluvias que complican un poco el trabajo, seguimos acompañando a las familias en todo lo que refiere a la mejora de su producción y su entorno”, explico Jonatan.
Las especies elegidas son aquellas que mejor se adaptan y tienen buena aceptación en la zona. Entre ellas se encuentra el lapacho rosado, también conocido como lapacho negro, muy valorado por la gente y capaz de rebrotar tras el impacto de las heladas. En los sistemas agroforestales se utilizan principalmente caña fístola, anyico, caroba, loro negro y lapacho, ya que son especies caducifolias, es decir, que pierden sus hojas durante el invierno. Esto permite el ingreso de luz y sol al cultivo de yerba mate, favoreciendo su desarrollo. Además, contribuyen al ciclaje de nutrientes: por ejemplo, la caña fístola, al ser leguminosa, incorpora nitrógeno al suelo, lo que mejora su fertilidad. Si bien es un proceso lento, resulta muy beneficioso para la restauración ecológica y la productividad del sistema. Explicó.

El cambio climático representa uno de los mayores desafíos para las familias rurales. “Antes necesitábamos uno o dos meses sin lluvia para hablar de sequía. Hoy, con veinte días sin precipitaciones, las vertientes ya se secan y los arroyos disminuyen su caudal. Los picos de calor son más intensos y las tormentas más fuertes”, advirtió.
Ante esta situación, el proyecto promueve prácticas de conservación del suelo y manejo sustentable del agua. “Marcamos curvas de nivel y organizamos la producción para evitar erosión durante lluvias intensas. Es parte de la adaptación al nuevo clima que vivimos”, señaló.
El enfoque del proyecto es integral: busca conservar la naturaleza y, al mismo tiempo, fortalecer la economía local. “Entendemos que es importante proteger la fauna y la flora, pero también que las familias puedan desarrollarse productiva, social y culturalmente. Por eso cada una elige la actividad que quiere fortalecer y recibe apoyo económico y asistencia técnica durante todo el proceso”, explicaron. Entre las producciones acompañadas figuran la avicultura, la piscicultura, la cría de porcinos y la yerba mate, además de otras iniciativas vinculadas al autoconsumo y la comercialización local. “Durante mucho tiempo, los proyectos llegaban con objetivos preestablecidos, sin tener en cuenta la voluntad de la gente. En este caso, la familia decide y nosotros acompañamos”, destacó.
La zona de intervención fue seleccionada tras un estudio del CONICET que identificó el área como parte del Paisaje Óptimo para la Conservación del Yaguareté (POSI). “Se trata de una región prioritaria, no solo por su biodiversidad, sino también por las necesidades de las familias que viven allí. Buscamos lograr un equilibrio entre la producción y la conservación, para que las familias puedan vivir con dignidad y adaptarse al cambio climático sin afectar el ambiente”, indicaron desde el equipo. En los primeros años del proyecto, los técnicos salieron a buscar a las familias, pero hoy son ellas las que se acercan espontáneamente. “Se acercan porque ven los resultados y confían en el trabajo que hacemos”, afirmó.
Aunque el proceso de restauración lleva tiempo, ya se observan resultados alentadores. “Las áreas que las familias destinan a recuperar van tomando forma: la vegetación crece, aumenta la cobertura y se nota una mejora en la disponibilidad de agua. En muchas chacras donde antes el acceso era limitado, hoy hay agua de mejor calidad y cantidad, incluso en épocas de sequía”, destacaron. También se evidencian mejoras productivas: “Hay familias que comercializan gallinas, peces o cerdos. En la yerba mate, el uso de calcario y subsolador mejora la productividad. Todo esto se complementa con capacitaciones permanentes”. En los próximos años se realizarán monitoreos para medir con datos concretos el impacto ambiental y económico de las acciones implementadas.
El proyecto se consolidó gracias a la articulación entre Vida Silvestre, el INTA, el municipio y distintos consultores especializados. “Fue un desafío instalar el proyecto, lograr acuerdos con las familias y las instituciones, pero hoy tenemos un trabajo interinstitucional sólido, casi un modelo de intervención con buena aceptación y resultados concretos”, valoró.
Uno de los grandes desafíos a futuro será sostener las plantaciones y garantizar su cuidado. “Queremos que las familias comprendan el valor de cada árbol y del monte en su chacra. Pero también sabemos que, si no logran sostenerse económicamente, será difícil cuidar el bosque. Nuestro objetivo es conciliar ambas cosas: producir conservando y conservar produciendo”, concluyó Jonatan Villalba.


