Hace unos días una docente en formación, que ya está terminando la carrera —en una universidad, no en un terciario—, me contó su primera experiencia como profesora en una escuela secundaria a la que la mandaron a hacer sus prácticas docentes.
El tema de las clases era el lenguaje de la inmigración en la literatura y la cultura popular. Ella —lo resumo— les habló de los compadritos del siglo XX, les llevó el grotesco Mustafá, de Armando Discépolo, pero en la adaptación a la historieta que hizo Enrique Breccia para la revista Fierro. También leyeron un texto de Griselda Gambaro y escucharon algunas canciones de Miss Bolivia y de Yerba Brava. Al final, algunos alumnos le hicieron una devolución y varios le agradecieron por explicar el tema partiendo de sus intereses.
Si traigo aquí esta experiencia es porque hay en ella varios puntos que suelen ser comunes a la mayor parte de las experiencias didácticas exitosas.
«Más allá de su capacidad y entusiasmo, esa docente tuvo tiempos para preparar la clase, seleccionar material, repasar bibliografía y diseñar actividades pertinentes»
El primero es que, más allá de su capacidad y entusiasmo, que me constan, esta profesora tuvo tiempo para preparar las clases, y eso no es un dato menor. Estuvo varios días observando a los alumnos y después se tomó otros más para seleccionar el material, repasar bibliografía sobre el tema, releer algunos textos y tratar de diseñar actividades pertinentes y atractivas.
El problema es que esa dedicación no es muy frecuente en la docencia, aunque por supuesto no se le puede endosar toda la responsabilidad al maestro o al profesor. Muchas veces se dice que se discute sólo sobre salario, y no sobre políticas educativas, o sobre cómo mejorar los aprendizajes. Es cierto. Pero lo que no se tiene en cuenta es que el salario es una variable que también impacta en la calidad educativa, porque, ¿cuánto tiempo para planificar una clase se le puede exigir a un docente que, para sobrevivir —ya ni siquiera hablemos de alcanzar un «salario digno»—, tiene que trabajar ocho o doce horas por día en distintas escuelas, con todo el desgaste psíquico y los Clonazepam que eso implica?
«Los nuevos funcionarios de Educación dijeron que iban a trabajar en dos cosas: mejorar el salario docente y abolir la dinámica de “profesor-taxi”; nada de eso sucedió»
Hace poco más de dos años, cuando asumieron los nuevos funcionarios en el Ministerio de Educación, me comuniqué con varios de ellos por una nota que estaba escribiendo y sobre este punto me dijeron que iban a trabajar en dos cosas: mejorar el salario docente y abolir la dinámica de «profesor-taxi», a través de la implementación de horas institucionales para que el docente genere pertenencia en la institución en la que trabaja y tenga un tiempo formal, reconocido, para preparar las clases o articular los contenidos con los de otras materias, como sucede en varias partes del mundo donde la educación funciona un poco mejor que en Argentina.
Bueno, como se sabe, nada de eso sucedió, y nada indica que vaya a suceder. Si bien el «Plan Maestro» que habían lanzado prevé, aun en su ambigüedad e imprecisión, la creación de horas institucionales, cabe dudar, sobre todo considerando que también prometieron construir tres mil jardines y al final sólo se agregó un puñado de aulas en instituciones ya existentes.
» Entre los especialistas en educación persiste la zoncera de creer que porque la información está por todas partes el docente ya puede prescindir de la explicación y del saber técnico»
Ahora bien, el otro punto importante que explica el éxito de esta docente, y de varios otros, es el tema de la formación. Porque no se trata sólo de ponerlos frente a un video de Miss Bolivia o de Yerba Brava, o frente a la pantalla de una computadora, y esperar a que aprendan, como parece sugerir cierta pedagogía. Ante todo, hay que saber. Parece una verdad de Perogrullo —o debiera parecerlo, espero—, pero en este contexto hay que enunciarla, porque entre los especialistas en educación todavía persiste la zoncera de creer que porque la información está por todas partes el docente ya puede prescindir de la explicación y del saber técnico.
En el caso de esta profesora, y digámoslo claramente, lo que generó el aprendizaje significativo no fue el video o la historieta de Enrique Breccia, sino principalmente todo un bagaje de conocimientos —de la sociolingüística o la glotopolítica; sobre el sainete y el grotesco, y un largo etcétera— que le permitió orientar a los alumnos en la construcción de un sentido y en la puesta en marcha de un cierto modo de leer las cosas. Es claro que, sin esos saberes, todo lo demás no hubiera sido más que entretenimiento y espectáculo.
«Por ahora todo el cambio se reduce a consignas vagas: declaración de intenciones, presentaciones de Power Point y charlas Ted»
El problema es que el suyo parece un caso especial, porque comúnmente los docentes que se vienen graduando en los últimos años no cuentan con una base sólida de conocimientos —excepto, claro, los que hacen un esfuerzo autodidacta—, y de nuevo: el gobierno de Cambiemos no ha introducido ningún cambio significativo en los profesorados. Por ahora todo se reduce a consignas vagas: declaración de intenciones, presentaciones de Power Point y charlas Ted. A veces también les dan raptos tecnocráticos y proponen enseñar robótica a chicos que apenas pueden hacer las operaciones matemáticas básicas.
Pero quizás convendría considerar que a lo mejor lo verdaderamente revolucionario en este contexto no tiene que ver con la tecnología, sino con volver a enseñar a leer y a escribir, o en todo caso si se quiere innovar se podría hacer lo siguiente: al profesor de matemática volver a enseñarle matemática y al de lengua, lengua. Ideas básicas que parecen excéntricas en estos tiempos en los que se habla mucho de «innovar» como panacea y se olvida garantizar lo esencial: enseñar.
El autor es escritor y profesor. Sobre el tema educativo, ha publicado los libros «En las escuelas» y «(De)formación docente»
Por: Gonzalo Santos